martes, 1 de junio de 2010

Besando la aurora

Tengo besos llenos de eternidad, repletos de luz y de encanto, y tengo todos los llantos que te puedas imaginar. También llevo en mi pecho la aridez de la tierra azotada por los fuertes resplandores de un disco dorado que saluda desde lejos. Tengo la soledad de las caricias que no me diste, y que ahorraste en el bolsillo sin fondo del tiempo que ya pasó.
Me hundo en un mar de agua y melancolía, hecho de las grises penas que cubren el cielo justo antes de llorar. Sin embargo, no me lamento de la tristeza que me toma entre sus brazos y me dice dulcemente que ya no volverás, porque he sabido aferrarme a un beso tibio que atraviesa mi ventana y que urga a través de mis mejillas, lográndolas sonrojar. Ahora que no te beso, ahora que ya no hay tiempo de enmendar esos errores que nunca supiste que cometiste, me doy cuenta que he encontrado un anestésico para el dolor, dedicándome cada mañana a besar la aurora y a agradecer el que puede abrir mis ojos colando sus rayos por mi ventana.

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