lunes, 27 de julio de 2009

Suave perfume

Tienes un suave perfume; contenta estoy de apreciarlo. Si fuera una prenda, no disfrutaría tanto su existencia, porque mis ojos están nublados a todo placer que venga a través de ellos. Utilizo entonces con maestría el sentido del olfato, abandonándome a los olores que desfilan con la brisa.
Sentí tu suave perfume, aún desde lejos, como me indicaba la brisa, y se posó suavemente como una caricia por mi nariz que no dejaba de aspirar su dulce esencia. Oí unos pasos que se alejaban, y llevaban con ellos la esencia provocadora, una esencia de azul, de mar. Deseé que te quedaras por más tiempo, y capturar para siempre ese aroma tan dulce, pero me conformo con inmortalizarlo en mi memoria que lo guarda como si lo estuviera respirando ahora.
Tienes un suave perfume, y no te conozco. No sé si sabrás lo que dije, o qué dirás si lo sabes...no sé si me escuchas, si estás cerca o lejos, solo sé que tu perfume me hizo feliz por un momento.

Un poema

Leyendo una tarde, de esas en la que invade la melancolía, me encontré con un poema que hablaba de la vida. Ese poema nunca lo olvidaré, porque dentro de cada uno de sus versos me encontraba, y dentro de cada una de las estrofas me convencía, que la vida es más que una cadena con eslabones de años, que la vida es en sí misma una poesía.
Un poema me enseñó a ver lindo lo tosco, y apreciar en las cosas, más que su belleza, su valía. De vez en cuando leemos un poema, y él nos deja de su estructura la rima, pero dentro de esa composición de estrofas y versos, más que rima, hay amores, recuerdos, pétalos y espinas. Desde esa tarde en que leí ese poema, con asombro noté que en nuestra existencia, no importa la bella forma que tengan las cosas, si en lo profundo de tu alma no sientes su esencia.
Desde aquella tarde nublada y triste, de grises contrastes y de mirada sombría, me di cuenta que en un poema, encontraba una historia que desconocía. Es por eso que hoy cuando leo un poema, pienso profundamente en cada uno de sus versos, y me imagino a su autor dejando en él una gota de su sangre y un poco de su aliento.

¿Cuánto vale una lágrima?

Un día, sentada sola frente al mar, me puse a mirar el inmenso azul, aquella masa de agua, cuyos bramidos furiosos salen con blancas espumas que reafirman su majestad y vigor; me di cuenta que le había robado una gota, gota que ahora bajaba por mi mejilla. Me paré, y le dije al mar: te la devuelvo. En ese momento, dejé de llorar.
Estoy completamente segura que si esa lágrima hubiera formado parte de mi corazón, no la habría devuelto, estoy convencida de que no le pertenecía a él, sino no se hubiera fugado por mis ojos. El dolor no cabe en un espacio diseñado para la alegría y el amor. El dolor no cabe dentro del pecho, por eso le devolví esa gota de angustia al mar, que sabrá más que yo qué hacer con ella.
Esa lágrima no era mía, y por lo tanto no podría ponerle un precio. Me pregunto, si vuelvo otra vez a llorar, por un dolor, por una pena que se enquista cual tumor en mis vísceras, ¿Cuánto valdrá esa lágrima? Una lágrima de tristeza no vale nada, porque lo que realmente vale, no duele, permanece en el tiempo, y no se evapora...lo que realmente vale se queda abrazado a nuestra alma, y se arraiga fuertemente a ella, hasta que un día lo hacemos volar con el último soplo de nuestro aliento.

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