domingo, 24 de mayo de 2009

El tiempo

Nada es eterno, nada es para siempre. Hoy frente al espejo, veo cómo los rosáceos pómulos van cayendo a fuerza de la gravedad de los años. Pensé que sería joven eternamente, y desprecié profundamente la vejez. Los minutos no pasaban para mí, mientras sigilosamente pasaron los días, los meses y los años, los cuales no me han dejado más que tristeza.
Los cables azules y verdosos que en la juventud a penas asomaban por mis brazos, hoy se aprecian a través de la diáfana y arrugada cortina de la piel que los cubres, y se notan saltones, como queriendo deshabitar el cuerpo. A veces pienso que el alma se sale por mi boca cuando un hilo de viento se agolpa en la garganta y secamente tengo que dejarlo salir para no asfixiarme.
Ya no soy la misma persona, porque he transformado mis gustos, ahora son más livianos, menos terrenales, pero de nada me sirve. Porque sé que el arrepentimiento no es lo que ha llegado a mi vida, lo que ha llegado ha sido el cansancio, y sin dudas sé que pasa lo mismo con millones de gente que pasan por el purgatorio de unos largos años.
No me quejo, pues he vivido. He vivido, de la manera en que he querido, como elegí vivir. Lo que hoy soy es producto de un conjunto de vivencias y experiencias en las cuales he tenido que decidir. Soy el resultado de mis decisiones -acertadas o equivocadas- y ahora, cuando veo las paredes de este inmenso castillo, pienso en los demás que han de reunirse conmigo a las cinco para tomar el té. A algunos les queda la memoria de unos bellos años, a otros les queda la amargura de inmensos sufrimientos que les persiguen con tenacidad aún en este período de sombra, donde les queda más oscuridad que luz. En cambio yo, pocas veces me abandono al recuerdo, pues sé que la mayor bendición es no recordar. Mi mala memoria es mi cómplice favorita, porque la he convertido en una selectiva a mi propia conveniencia.
Ya viene la enfermera del turno de las 4:00 p.m., comenzará a hablarme de sus padres, de cómo fue su travesía como inmigrante, cómo obtuvo su nacionalidad y de que quisera tener cerca a sus progenitores como me tiene a mí. Veo en lo profundo de sus ojos la dulzura de su corazón, entonces agradezco mil veces a Dios llegar a esta etapa de decadencia, porque al igual que muchos, ya puedo ver a través de los ojos de otros, porque he adquirido por la madurez y experiencia de los años el don de ver el alma a través de ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Turismo por RD